Cada vez que camino por las calles laberínticas de Seúl, la capital surcoreana, me contagia la nostalgia de los viejos tiempos. La avenida del barrio Insadong con las galerías de arte, las tiendas de antigüedades y cafeterías me hace recordar el aire que fui por primera vez a Portobello Market en Londres; el ruido y el olor del mercado dinámico de Gwangjang Market me devuelve la emoción de aquel instante que entré al mercado San Josep o La Boquearía en Barcelona; cada vez que aterrizo en el aeropuerto de Gimpo, el más cercano a Seúl, me despierta las alegrías de viajar.
Al comprar mi boleto Narita-Incheon o Haneda-Gimpo a Seúl por primera vez en mucho tiempo, me di cuenta de que cada ciudad tiene su propio kanji: Incheon por 仁川, Gimpo por 金浦, Busan por 釜山 y Jeju por 済州. Así que sentí curiosidad por saber qué kanji correspondía a Seúl, y descubrí que Seúl es una palabra autóctona coreana que significa capital y que «ahora» no tiene notación kanji. Su nombre ha cambiado con el paso del tiempo y se pueden vislumbrar por todas partes sus múltiples capas de historia. Esto es lo que me hace ver el contraste de la ciudad.
La ciudad de Seúl, con 10 millones de habitantes, está delimitada por el río Han, que corre de este a oeste. Al norte se encuentra Gangbuk, una zona chic que aún conserva su historia y tradiciones, mientras que al sur está la zona de Gangnam, una antigua zona rural que ha transformado en un área moderna.
Para mí, la ciudad de Seúl es en sí misma una instalación artística creada por el tiempo. Cuando la luz ilumina un rincón de ciudad, el lugar me habla por sí solo. Ese es el verdadero placer de pasear por las calles de esta ciudad caleidoscópica, Seúl.